El Botijo Sónico: Surfin’ Bichos, el eslabón perdido

por | 7 de febrero de 2013 | EL BOTIJO SÓNICO | ESPECIALES | | |

El Botijo Sónico es una colección de artículos donde queremos recordar algunas bandas del cuarto de los trastos rotos y darles otra vez cuerda a fuerza de revisiones muy necesarias para comprender el inmenso y diverso legado del que disponemos.

Hablaremos de artistas que alumbraron el camino que ha puesto a nuestra escena entre las más destacadas e imaginativas del planeta: de Vainica Doble a Décima Víctima pasando por Family, podréis degustar de nuevo, o por primera vez, de platos que muchas veces han sido cocinados en restaurantes clandestinos de seis tenedores. Historia viva de un sendero por el que transita el 99 % de la música que se hace hoy en día.

Entregas publicadas:

Surfin’ Bichos: El eslabón perdido (1ª parte)

El orgullo de Albacete, para intentar condensar la leyenda de Fernando Alfaro y sus secuaces como bien se merece nos iremos por un viaje que se remontará a la prehistoria surfinbichera para acabar adentrándonos en los proyectos en solitario de Alfaro y Joaquín Pascual. Entre medias, Chucho, Mercromina y Travolta desfilarán por las próximas entregas de lo que pretende ser una guía-santoral del devocionario bichero que tantas vidas ha iluminado con su poesía escocida en polvo de meseta y sangre de vísceras. Marcando con tiza la línea de salida idónea, para eso tendremos que meternos en la cabina telefónica del Doctor Who y retroceder un cuarto de siglo a unas tierras albaceteñas, donde una escena subterránea intentaba respirar más allá de las propias limitaciones geográficas de su entorno alejado del resto de la península musical de aquellos oscuros años post-Movida.

Franky Franky, Atlanta, Cortejo Fúnebre, Los Dedos, el germen de las raíces bicheras se remontan a un buen número de bandas por las que Carlos Cuevas, Joaquín Pascual, Josemari Ponce, y su primo Fernando Alfaro comenzarán a hacer un intensivo rodaje musical que no reventará hasta que choquen entre ellos mismos, debido a una mecha que se enciende por primera vez en 1988, cuando Alfaro les enseña a todos su libreta repleta de canciones escritas desde la fantasmagórica gasolinera en la que trabajaba durante aquella época ¿Qué había en esa libreta que dejó a sus amigos patidifusos? Pues ni más ni menos que temas como “Malaventuranzas” y “El ángel inseminador”, la prueba de un universo cocido en las más altas estancias de un infierno dulce y redentor, creado por un alma pantagruélica con hambre voraz. La Biblia de lo que sería el intento más descarnado por transcender con intransferible personalidad en una escena musical comandada por los “40 criminales” y una pléyade de ejecutivos con los oídos taponados por kilos de cera impenetrable. Salto al vacío el suyo, el rastro negativo que trasluce el término “de culto” en este país se sobredimensionó ante la injusticia sufrida por un poker de espíritus arremolinados en una espiral, ante la que el miedo a lo desconocido muchas veces provocaba una escapatoria antes de sumergirse en ella y salir con la cabeza vuelta del revés y unos adictivos gramos extra de pasión irredenta en el cuerpo.

Creadores de un cruce único de punk ardiente, blues expansivo y soul infectado, Surfin’ Bichos, primeramente llamados Los Bichos, se irán dando a conocer por su tierra entre 1988 y 1989 a través de una serie de maquetas y eps antológicos como “La Primera Cebolla Sónica”, “Surfin Bichos Ep” y “Gente Abollada”. Durante esta época también entrarán en contacto con el manager Manolo Rock, que caerá rendido a sus pies la primera vez que se deje acariciar por ese engatusador animal rabioso llamado Surfin’ Bichos. Con Manolo como si fuera un miembro más de la banda, inaugurarán muchos tramos nuevos de la autopista estatal yendo en su furgoneta por los más insospechados enclaves geográficos del mapa español, en una época donde aún no había un circuito de festivales y ser independiente era poco menos que una invitación al olvido instantáneo.

Presentando su primer Lp, a lo largo de esta extenuante excursión, “La Luz en tus Entrañas” (La Fábrica Magnética, 1989), en su momento solo recibe el apoyo de unos pocos fieles, que, eso sí, quedarán prendados para siempre de una forma nueva, auténtica a más no poder y casi prohibida de entender el rock durante aquellos años. Religión escupida en honor a un Dios vengativo, personajes disfuncionales movidos por sus adicciones físicas o espirituales y un verbo escupido en lacerantes lluvias de rock enfermo hacen de esta obra un clásico de nuestra historia musical. Compuesto por una decena de precipicios al vértigo en estado puro, entre estos ya se vislumbraban temas de la mareante talla de “Gente abollada”, “El rey del pegamento” o “Aráñame con cariño”, sin duda, algunos de los picos más embriagadores de toda la imaginería bichera. Distribuido con menos sentido que un banquero en la cola del INEM, mezclado a traición por Mario Gil -sin que ellos lo supieran– y prensado con material defectuoso de Checoslovaquia, lo que provocó que se perdieran connotaciones de la grabación en su formato en vinilo, el debut en largo de Surfin’ Bichos marca la pauta maldita que les perseguirá a lo largo de su existencia como grupo.

Tras pasar la novatada de la industria musical, los Surfin’ tendrán la oportunidad de actuar en “El Salero”, un combate televisivo contra bandas del pelaje más casposo en el que participarán a última hora, tras no querer ser partícipes en un principio de un circo de semejantes proporciones. Al final, la jugada les sale redonda, ganando el primer premio para embolsarse la nada despreciable cifra de 5.000.000 de pesetas. Dinero gastado en equipo nuevo para la banda y vicios varios, Fernando se pone de acuerdo con los suyos para que sus canciones esta vez reciban el trato merecido en su próximo movimiento discográfico.

Cambio de compañía a Virus -una filial de RCA- la apuesta inicial de la compañía por una banda que se debía convertir en portavoz de unos tiempos nuevos para la música española fueron como esa “Oración en el desierto” que partirá en dos su siguiente álbum, “El Fotógrafo del Cielo” (Virus, 1991). Obra de contrastes pronunciadísimos, para esta ocasión la grabación será lo que la banda se había propuesto en su cabeza antes de entrar en el estudio. Fuera los vientos estridentes que maltrataban los temas de su primer Lp, sacando más jugo de las diferentes texturas acústicas de las seis cuerdas, integrando las diferentes partes instrumentales en un todo indisoluble repleto de matices y provistos de catorce temas abrasados en pop incandescente de diferentes caras, este álbum de proporciones descomunales lo tenía todo para haber marcado un antes y un después dentro de la escena musical española, pero por desgracia la compañía discográfica les daría la espalda de forma cruel.

Sin saber cómo encasillarlos desde los despachos de más arriba, los Surfin’ tampoco estuvieron nunca por la labor de dejarse influir por los códigos de conducta imprescindible para el que quisiera triunfar en una industria ciega que solo premiaba a los corderitos que se dejaban colocar una linda correa. Otra vez con el apoyo incondicional de la crítica y sus devotos, sin embargo, tiene que ser muy frustrante parir temas tan inolvidables como “Rifle de repetición”, “Dulce mal trago”, “Qué clase de animal” o “Un alud en septiembre” y caer en saco roto. Tan grande como su obra más conocida y valorada, “Hermanos Carnales” (1992), en “El Fotógrafo del Cielo” los Surfin’ ampliarían de manera magistral los registros de su fórmula perfecta.

Pocas veces un disco tendrá en su lírica un kilometraje tan distanciado entre cielo e infierno como ésta, casi imposible. Carne dura como hueso negro y aguas turbias de amor, los versos de Fernando se pondrán a la altura de uno de sus máximos referentes, Nick Cave, el gran predicador de tempestades. Uno de los discos más grandes que se hayan hecho en los últimos treinta años, aquí o en la China, y uno de los menos reivindicados, éste tendrá su continuación en otra obra maestra de impresión, no sin antes pasar por dos hechos que marcarán el devenir de las crónicas bicheras a partir de este momento y que serán el punto de partida del próximo capítulo.

por Marcos Gendre

 

Surfin’ Bichos. “No son Nirvana, son infinitamente mejores” (2ª parte)

Vuelta a las crónicas de los Surfin’ Bichos, es durante este trasiego de la historia cuando se empieza a desgastar la unidad de los cuatro “hermanos carnales”. Sin haber podido tener la oportunidad de pegar el pelotazo con “El Fotógrafo del Cielo”, vuelven a la carretera a seguir demostrando una progresiva evolución de sus abrasivos directos. Fuera de juego en este línea de ascendente aprendizaje, Josemari es expulsado de la banda en una decisión consensuada por los el resto de la banda, que afectaría de forma especial a su primo, Fernando. Momento doloroso para ambas partes, la sensación de empezar una nueva etapa se acentúa con la dimisión de Manolo Rock como manager tras una mala experiencia con Cómite Cisne, grupo valenciano al que anteriormente había pertenecido un tal Carlos Goñi…

Sin respiro en su carrera en la búsqueda de un resquicio de luz al cegador caudal que palpitaba en su mente alucinada, Fernando se presenta a la compañía con las maquetas de 26 temas nuevos que, por inspiración de la película “Inseparables” (1988) de David Cronenberg, iban a formar parte de un doble Lp. Dividido en dos bloques interconectados, el primero llevaría el nombre de “Elliot”, y su tracklist sería el siguiente: “Efervescente”, “Pájaro Bendito”, “Hey, Lázaro”, “Viaje de Redención”, “Humo azul”, “Mi hermano carnal”, “Fuerte!”, “Abrazo en un terremoto”, “Angel transparente”, “San José experience”, “No puedes imaginarte” y “Estrella fugaz”. Para la segunda parte, el título pensado sería el de “Beberly”, conteniendo “El monte de las cruces”, “Padre viento, padre mar”, “El último día que me verás”, “Capas de olvido”, “El amigo de las tormentas”, “Mis huesos son para ti”, “Tormenta de verano”, “Ni bien ni mal (sino todo lo contrario)«, “La tarde es fría como tú”, “En otoño”, “Canción mínima”, “Harto de tu amor”, “Ella y yo” y “La estación de las lluvias”.

Abrumadora selección de temas, por supuesto, la compañía no daría su aprobación a tanta ambición para un disco que, al final, quedaría reducido a un solo “hermano carnal”. ¡Pero vaya hermano! La pena que siempre quedará es que dando, al final, como resultado una obra inmensa, lo que queda patente es que si ésta hubiese sido aceptada en su forma pensada, hubiera sido más inolvidable, todavía. Rescatados, en su mayoría, para las caras B de los singles extraídos del álbum, los descartes se podrán disfrutar más adelante como se merecen por medio de “El Infierno B. Rarezas” (Limbo Starr, 1996), su fabuloso recopilatorio de defunción y parte indispensable de la discografía bichera. Durante la grabación, una de las maquetas más recordadas de este trabajo, “Mi hermano carnal”, resultado provocado por el embriagador contraste entre la voz de Fernando y la de su novia, Isabel León, provocará la inclusión en la banda de esta última como una más.

Vuelta a los estudios en febrero de 1992, esta vez las andaduras de los albaceteños harán peaje en Inglaterra, en el mismo estudio donde el mismísimo Robert Wyatt ya había grabado en alguna ocasión. Con David Gwynn como productor, las sesiones que realizan para esta obra serán las más relajadas de toda su carrera. Ya al mes siguiente de vuelta a España, la necesidad de encontrar un nuevo bajista se hará patente. Para solucionar este problema, un viejo conocido de las bandas de la escena ochentera albaceteña, José Manuel Mora, será el elegido para cubrir la vacante dejada por Josemari. Con un mayor interés de la discográfica por apostar por ellos, los Surfin llegan a entrar en la selección de los medios radiofónicos más masivos por medio de “Fuerte!”, un corte sobre incesto del que pocos se darían cuenta de su espinosa temática en su momento. Incorruptibles hasta en momentos tan decisivos, este single lo tenía todo para elevar a un nuevo nivel de reconocimiento popular a los Surfin’, no obstante, 10.000 copias vendidas del álbum será lo más que provocará la difusión de esta intimidante bomba de pop híper fibroso.

A la espera de una gran oportunidad, esta se presentará cuando Nirvana programen durante aquel verano de 1992 tres conciertos por tierras españolas. Confirmados como sus teloneros, no cabía la menor duda de que este era el momento. Pero como en “Bienvenido Mr Marshall” (1953), los de Seattle hicieron su ruta sin esperar por ellos. Culpa de todo esto, la tendría el manager de los americanos, que se negaría en rotundo a aceptar una banda local como teloneros. Palo muy gordo para los intereses de los Surfin’, la sensación de vivir en una camino repleto de minas anti-persona fue distanciándolos poco a poco, más cuando desde RCA cambian a parte de los que les apoyaban en la toma de decisiones y, en el momento que les van a mostrar los temas para un nuevo Lp, lo primero que les espetan en los morros es que aún no están maduros para sacar otro álbum. Antes de pararse, la táctica será la de mantener la producción discográfica. Y para ello, que mejor que un disco de versiones. Pensado como un Lp, al final la idea quedará simplificada a un Ep para el que Fernando escogerá temas que abarquen los gustos de todos los miembros del grupo. Velvet Underground, Big Star, los Rolling Stones de las segunda mitad de los ’60, Jimmy Cliff y Leonard Cohen, hay que tener bemoles para adaptar clásicos de esta enjundia, traduciéndolos al castellano, y aguantar las comparaciones con las originales. Mucho más que un disco anecdótico, no se me ocurre mejor disco de versiones nacional que este “Family I” (RCA, 1993).

Ya preparados para volver a enfrentarse a la grabación de un nuevo Lp, antes de esta parte de la historia, montarán la gira “Alternative Tv Tour” junto a dos principiantes como El Regalo de Silvia y Los Planetas, certificando un cambio de rumbo en el circuito musical español tan importante como el llevado a cabo en los albores de los años ’80 por bandas como La Mode, Alaska y los Pegamoides o Radio Futura. Símbolo de un cambio oxigenante, Surfin´ Bichos estaban creando una leyenda a su alrededor que, desgraciadamente, solo cobraría verdadero reconocimiento tras su disolución en 1994, justo antes de publicar “El Amigo de las Tormentas” (RCA, 1994). Disco sobresaliente compuesto por clásicos instantáneos como “Comida china y subfusiles”, “Si tengo que cambiar” y “Venados de sol a sol”, sin embargo, esta nueva colección de pop volcánico bajará el pistón de sus dos clásicos anteriores, perdiendo algo de frescura por el camino, debido a un registro más rígido, un sonido menos compacto, por culpa de un mayor primer plano de la voz de Fernando sobre las partes instrumentales, y la falta de matices que aportaba el teclado de Joaquín en sus anteriores obras.

Calvario de dimensiones abisales el que tendrían que pasar antes de su publicación, la retención de medio año que sufrirá esta obra por disconformidades entre compañía y grupo, debido a las mezclas de las voces, abrirá una herida terrible entre un Fernando, agotado de llevar todo el peso compositivo y de dar siempre la cara ante prensa y ejecutivos, y los demás miembros del combo. Con “El final de una quimera” como el filtro perfecto a todo lo que le pasaba por la cabeza a Fernando, entre sus versos rastreamos líneas tan definitorias sobre el hastío de Fernando como “Consumido en su luz, La vida se le agota ya, El fósforo que le transportaba ya se apaga, en un camino estelar” y “El final de una quimera quien por ella dio su vida entera, Cuando ve cómo se quema, ¿qué queda ya?” Demasiado evidente, pocas veces el fin de una trayectoria habrá sido tan sobrecogedora como la que anuncian estos cuatro minutos de magia pura, que se encuentran entre los más inspirados de la historia del pop español.

Echado el lazo a los Surfin’ Bichos, si bien siempre será triste comprobar cómo se extinguen bandas tan únicas como los albaceteños, no es menos cierto que su separación en dos cabezas distintas, provocaría el nacimiento de Mercromina, para cicatrizar la llaga ensangrentada, y Chucho, cómo el animal sin correa que se había escapado de su manada con los ojos desorbitados por tremebundas visiones de creación-destrucción.

por Marcos Gendre
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Anónimo
11 años hace

Bestial!

Joaquin
11 años hace

Fernando Alfaro es el músico más grande que ha dado este país, en todas sus versiones, Surfin… Chucho… Alienistas… y hasta ahora en Alfacrepus. Sólo le puede hacer sombra Nacho Vegas. Me ha gustado mucho el artículo. Deseando estoy de leer la segunda parte.

javi parra
11 años hace

No es que eran… los surfin siempre serán magníficos .
Gracias por colgar mis vídeos !!
Saludos perrunos!!

Indie-Spain
11 años hace

Gracias a ti Javi. Nos han sido muy útiles, ya que no hay muchas imágenes en vídeo del grupo en la red.

Anónimo
11 años hace

Fantástico repaso a la trayectoria del grupo. Me gustan desde hace años pero mis conocimientos del grupo no pasan de las letras de las canciones, y después de leer este monográfico me he enterado de muchas cosas que no sabía. Enhorabuena Marcos, y espero con ganas el de Chucho y Mercromina.

Anónimo
7 años hace

gran artículo, se nota que te gustaban los Surfin', a mi también, desde casi el principio. y lo único que no comparto es que La luz de tus entrañas no esté al nivel de los otros discos. Para mi es el mejor o el segundo mejor, pero todos son excelentes. Un colega mío decía en su momento que no era el mejor grupo de España, sino del mundo, y yo estaba de acuerdo, y sigo pensando así.
mucha información muy interesante que yo desconocía,gracias!!